miércoles, 24 de agosto de 2005

Capítulo V - O de las escombreras


Dos semanas: sólo eso
la lluvia cuartel me ha dado:
luce el sábado Lorenzo
espléndido è despiadado.

Ya desde maitines temo
lo peor por mi salud,
que dèsta obra me huelo
termino en al ataúd.

desfruté del desayuno
cual de su última cena
debió desfrutar, presumo,
Nuestro Señor en Judea.

Miraba al sol como a Judas
miraría El Redentor,
para mí pensando: "apuras
la copa del mi dolor..."

Non quedóme más remedio.
puesto el traje de faena
dirigíme hacia el albero
lleno de congoja è pena.

Despedíme de los míos.
Mi memoria aún evoca
los sollozos de mis fillos,
el abrazo de mi esposa.

Pertrechado con mi pala,
cual lanza de caballero
intrépido abrí batalla
contra el primer arenero.

Doze sacos, diez quintales
llené con brío, pardiez,
antes de que a mis costales
se aferrara la vejez.

Los mis lumbares crujían;
doblábanse mis muñecas;
los brazos non los sentía;
tartamudeaban mis piernas.

"¡Un descanso, por favor!"
Clamaba el mi subconsciente
mas yo, incólume al dolor...
Paré inmediatamente.

"¡Non vencerá este viaje!,
¡Non por cansancio rendido!"
Eché mano de coraje...
¿dónde diantre se ha metido?

"Marchóse con los pulmones
al sarao quel corazón"
- me recuerdan los riñones -
"tiene a ritmo de hip-hop."

"Excusas", pensara alguno
é tendrá más que razón,
mas si non paro, a lo sumo,
me desmayo del calor.

Ya non me quedan más sacos,
hemos de tirar la arena.
Por la mi casa pasallos
para ir a la escombrera.

Pensé dejando la pala:
"Con tal de facer descanso
trago tierra si hace falta
è hasta mastico los sacos."

Felices las prometía
tras la mi pala soltar.
Al poco un saco cogía
è intentélo levantar.

Crujieron las mis cuadernas,
encabritóse la panza;
mis rótulas cuasi quiebran;
perlas de sudor brotaban.

¿Sólo un saco? ¡Esto parece
de Heracles las doce pruebas!
Mucho me temo que un duende
lo haya llenado de piedras.

Fágole unas orejillas,
è desta guisa lo arrastro
toda la escalera arriba,
è después por todo el mármol.

Mi esposa que todo ha visto,
se mesa los sus cabellos:
"¡Saulo levanta eso en vilo,
o te cargas nueso suelo!"

Sólo pensar en cambiar
las baldosas, saco fuerzas
de do no las pude hallar
è lo llevo hasta la puerta.

En volandas, trapeando
al viento tras de la bolsa,
por la otra escala me lanzo
entre risas de mi esposa.

Dejo el saco, è al garaje
me dirijo dignamente.
Desplazo mi carruaje
hasta donde el saco duerme.

Hube de cargarlo a pulso,
è non sé si rechinó
mi costillar del impulso
o fue la amortiguación.

"¡Venga, sólo quedan once!"
- animaba la mea filla -
(al ver mi cara se esconde
con su madre en la cocina)

"Mira, Saulo, que las bestias
nacieron por cargar,
è que tú te diferencias
en que sabes cavilar..."

Una estrategia brillante
pasa por mi mente: un carro
bien podría fabricarme
para transportar los sacos.

Tomo el carro de la compra
dejo el su chasis vacío;
cambio tablón por la bolsa
è fabrico un carretillo.

Fago orejillas a otro;
aúpole por la escalera.
En el carrito lo monto
é cruzo la marmolera.

Extraños ruidos escucho,
pero oídos sordos fago.
Claro su origen descubro
vuando voy a descargallo:

Los barrotes de aluminio,
(media pulgada, macizos)
han quedado cual chorizos.
El tablón, su huevo frito.

Pero este viaje, al menos,
sólo tuve que cargar
escalera arriba è luego
tras el fardo trapear.

Subo el saco al maletero.
El carruaje está ya
con sus faros hacia el cielo.
Non sé si resistirá.

Poco a poco, con sudores,
sufriendo è rompiendo el carro,
cargo a base de dolores
èsa dozena de fardos.

Cuando al volante me siento,
por fin mis piernas descansan.
Las manos, ya ni las siento:
las marchas sólas entraban

Pensé que colaboraba
el coche con tal de ver
que tal carga le quitaba
cuanto antes pudiera ser.

Al fin llego al 'Punto Verde'
donde un amable señor
me dice:"Er ezcombro puede
tirar ar contenedor."

"Acerque uzté er maletero."
"Cuán amable", pensé yo.
"A ver si por unos euros
aligera mi labor..."

Abro el portón:"¡Pero hombre!,
¿Cómo ez tan animal?
¡Azí ze carga uzté er coshe.
Zi ez un Tuingo nada má!"

"Si tú supieras, mangante,
quién los hubo de subir..."
Sonrío: "¿Puede ayudarme?"
"Ni loco" me dice a mí.

"¿Quiere buzcarme una baja?
Tengo un reñón esho porvo,
ze dezprendió de la guaza
de verlez ponerze rojoz

Záqueloz con güen cuidado,
no ze vayan a rompé.
Que zi en el zuelo cae argo,
la pala la coje uzté.

Y tíreloz con zu bolza
no me lah vacíe uzté.
Y cuide que no ze rompan
cuando vayan a caé. "

Desde tres metros caían
los fardos sobre el escombro.
Nunca supe si rompían,
entre las nubes de polvo.

Raudo arranqué el carruaje,
quemando ruedas salí.
Diciéndome: "Otro viaje
te atropello antes a tí".

Vuelta a la pala de nuevo.
Esta vez ya la blandía
de rodillas en el suelo
puesto que ya ni sentía.

Llené veinticinco bolsas
mas sólo hasta la mitad,
"Con tal de que non se rompan..."
Pensé con ingenuidad.

Como el carrito está roto,
hay que pasarlas a brazo
(partido) sobre los hombros
o en le costado apoyados.

"Ya me da lo mesmo siete
que setenta: muerto acabo"
- pienso para mis adentros
mientras cargo con los fardos -

Ya llevo el último saco,
cuidando de non manchar,
cuando escucho un ruido raro,
que suena así como "¡Ras!"

Miro al suelo, mas non creo
lo que me dicen mis ojos,
pues para mi desconsuelo
el fondo del saco ha roto.

¡Mi mármol, otrora impoluto
lleno de escombro è de piedras!
Mi dueña casi del susto
se me desmaya en la arena.

Antes de meter escoba
hube de coger con pinzas
piedras, raíces è hojas,
mientras mi esposa gemía.

Llegado hasta la escombrera
viene otro a recibirme:
- "¿Que tal la nueva remesa?
Aún no paro de reírme

de lo que mi compañero
me contó de la anterior:
rayó con su coche el suelo,
cargado como un camión"

"Un gracioso, sólo falta
que me traigan a un bufón
que volteretas me faga
mientras escupo un pulmón"

Mas que tirarlos: empujo
por el zafio terraplén
los fardos sin más tapujos
è salgo arreando después.

"¡He terminado, mi dueña!"
- Alborozado aparezco -
"Ya tienes puesta la mesa"
- "¡Por Dios que me lo merezco!"

No he empezado la pitanza
cuando me viene a decir:
- "¿En cuanto baje esa panza,
seguirás con el jardín?"

- "¿Por qué? Las dos montoneras
de tierra ya terminé"
- "Mas cuando acabes la siesta,
las piedras hay que poner…"

"¡Muerto soy!" : non recordaba
las losas de gran tamaño
que el mi suelo tapizaban
è quité con mi cuñado.

- "Cariño, ¿no es suficiente
por hoy quitarnos la tierra?"
"Pero, Saulo, ¿y si llueve
è nueso jardín se anega?"

"Tiene razón, no hay remedio.
La tarea he de acabar.
Total, si estoy medio muerto,
muerto y medio, ¿qué más da?

Ya de perdidos al río"
- me intentaba convencer,
mas aunque hablaba yo mismo
aún me negaba a creer.

Sentóme mal la comida
La siesta pasé en cuchillos.
Todo el mi cuerpo pedía
Descansar a voz en grito.

Levantéme, he de decir,
Con tal humor de mil perros
Que los demonios huían
De terror a sus infiernos.

La mala uva da fuerzas.
é con su ayuda de piedras
compuse el rompecabezas
de maldición a blasfemia.

La más grande, a una cama
de matrimonio asemeja.
Como non puedo cargalla,
la he de rodar cual peseta.

Siete veces que la puse,
siete veces la quité.
En una, ya más non pude
é bajo ella quedé.

"¡Auxilio!", gritè a mi esposa.
Díome al principio por muerto.
Debió de pensar:" la losa
dejamos de mausleo."

Las mis piernas pateaban;
mis brazos, sobresalían.
coleóptero de patata
díjome que parecía.

Mi tortuga al mi trasero
se acercaba para ver
si un compañero de juegos
le acababan de traer.

Por fin me arrastré cual grácil
gusano en tierra mojada
hasta abandonar la cárcel
pétrea que me aprisionaba.

Coloca piedra. Recorta
sobre el suelo silueta.
Levanta la piedra ahora;
vacía entonces de tierra.

Pónla de nuevo en su sitio.
La pisas. Se balancea.
Repite otra vez cual simio
la letanía completa.

Aún estoy finalizando.
Échase la noche encima.
Llamo a mi dueña clamando:
"Encarga por mi una misa"

- "¡Qué bonito te ha quedado!"
Escucho su voz lejana.
Yo, mientras tanto, he cruzado
la cegadora luz blanca.

"Saulo, ¿Me escuchas? Te digo
lo bonito que ha quedado,
y tú sigues distraído:
non mereces mis halagos."

Su tono de voz que clama
tráeme a este mundo de nuevo
cual Beatriz que me llama
sacándome del inferno.

"¿Si, cariño?¿Te ha gustado?
¿No queda nada por fin?"
Le respondo aún temblando
i escudriñando el jardín.

"Non, mi amor. Ya sólo faltan
unas luces por poner,
alguna que otra planta...
Está quedando muy bien."

Su voz melosa me arrulla
è casi caigo dormido
en la escalera, cuando una
frase llega hasta mi oído:

"Cuando quitemos al fin
esta fea barandilla
lucirá nueso jardín
cual octava maravilla"

Después désto non recuerdo
nada más, amigo mío,
hasta despertar de un sueño
con todo el cuerpo molido.

Al día siguiente, domingo,
cuando al alba el gallo canta
descubro, querido amigo,
que nada se me levanta:

Los mis párpados con cera
pura parecen sellados.
Brazos, ni manos, ni piernas
responden a mis mandatos.

Del resto, ya ni te cuento;
que como non puedo ver
è del cuerpo nada siento,
primero pienso: "Palmé.."

Pero todo queda claro
cuando oigo a mi mujer
decirme: "Querido Saulo,
¿te levantas de una vez?"

"¿De una vez? Tal vez suceda
pero de una pieza, non.
Que debido a la molienda
me pesa hasta el edredón."

"Venga, hombre, no exageres,
è date prisa, mi dueño,
si es que las carreras quieres
ver al volver del vivero"

"¿Las carreras?¿El vivero?"
De seguro no estoy muerto
"¿o quizás todo esto sea
un tormento del infierno?"

Chirriando cual cadena
de viejo ancla oxidado
giro sobre mi cadera
é caigo al suelo de lado.

Al bajar las escaleras
oigo reirse a mi filla
al ver que, como una agüela,
me aferro a la barandilla

Non corre la picarona,
è las sus risas arrecian,
pues non cree que la coja
ni pueda con la correa.

Resumiendo: hacia el vivero
salgo con mi carruaje
va ligero como el viento,
libre del gran tonelaje.

Compro plantas: veinticinco
(unas pocas solamente)
el de la caja me dijo:
"¿va a plantar cinco parterres?"

Traigo las plantas a tiempo
de ver cómo en las carreras
un extraño movimiento
saca a uno por las orejas.

"Non puede dolerle a ése
la mitad de lo que a mí"
è con esto consoléme
è partí hacia el jardín.

Plantadas todas las flores
(gasté tres sacos de tierra)
mientras el sol ya se pone
me siento en la mi escalera.

Mi merecido descanso
me despongo a desfrutar
cuando se ríen los hados
è comienza a diluviar.

A casa, e raudo hacia el sobre
que non quiero ni cenar.
Aunque de fambre me doble
sólo quiero descansar.

El lunes tras la tarea
que ejerzo por lo normal,
el mi suegro se nos llega
a nuesa casa a ayudar.

"¡Precioso os está quedando!"
- mientras se asoma al jardín -
con la cerveza en la mano
e fijo me mira a mí.

"Mas veo que no has quitado
aún la fea barandilla
que estropea tu trabajo
que ha quedado de delicia.

Dame la sierra, que al punto
la cortamos por lo sano.
¡Non pongas cara de susto,
que no es para tanto, Saulo!"

Al ver mi rostro mudado
por el terror se revuelca
de risa è me dice: "Vamos,
que non creo que te muerda!"

Pasó hora è media cortando
los tubos de la maldita.
Resistió más que a romanos
en Numancia resistían.

Cada vez que le veía
la gota gorda sudar
los mis brazos se dolían:
pura solidaridad

Al fin quitamos los hierros
que llevamos al garaje
dejando - eso sí - regueros
a nuestro paso de enjuagues

Acabamos con el mocho
è la fregona el trabajo.
Puedo decir con gran gozo
que está cuasi terminado.

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